Gustavo tenía una rutina bastante común. Viajar todos los días en colectivo para cumplir con su trabajo. Se desempeñaba como encargado de lo que llaman Casino en el Servicio Penitenciario, que es donde se reúnen a comer o en ratos de ocio, los oficiales. En realidad era una tarea de gran responsabilidad pero estaba muy capacitado para ella. Su sueldo era de un término medio y le alcanzaba para ayudar a su madre y mantener a su pequeña hija, ya que era solo y su mujer había fallecido.
Tal vez necesitaba de algún nuevo suceso que le diera mas sentido a su vida. Pero no mucho, porque dentro de todo era un tipo simple y feliz con lo que tenía y adoraba a esas dos mujeres que mantenía.
En uno de sus viajes "vió sin mirar" por decirlo así, a un hombre y a una mujer que ocupaban uno de los asientos dobles del micro, que, llegado el momento se incorporaron y bajaron por la puerta del fondo, dejando una pequeña cartera olvidada. Reaccionó un ratito después, pero el suficiente como para acercarse y revisar esa cartera con la finalidad de identificarlos; pero la gran sorpresa es que encontró en ella una importante cantidad de dinero pero ninguna identificación. Se dio cuenta enseguida que solamente un milagro podría permitirle encontrar a esta pareja, ya que estaban en pleno centro de la ciudad. No obstante, se bajó lo antes que pudo, unas dos paradas después, y casi sin lógica alguna caminó lo mas rápido que pudo en sentido inverso, cruzándose con un montón de gente hasta llegar a una importante plaza y sin poderse explicar mucho, fijó la vista en una pareja de personas mayores que estaban sentados en uno de los bancos, abrazados y llorando. Fue allí entonces que se le ocurrió preguntarles si lloraban por haberse olvidado algo, ante lo que éstos le dijeron que "acababan de perder todos sus ahorros de casi una vida que iban a utilizar para comprarse la casa que nunca habían tenido". No hubiera sabido describirlos porque no los había mirado bien durante el viaje, pero a medida que éstos le iban contando el suceso y describiendo la cartera, se fueron dibujando en su memoria y así entonces estuvo seguro que eran los mismos que estaba buscando. Ni te cuento la sorpresa y emoción que tuvieron cuando les mostró la carterita con el dinero. Fue como se suele decir, "el alma les volvió al cuerpo".
Gustavo era muy especial y no quizo ninguna recompensa. Tomó otro nuevo transporte y llegó a horario a su trabajo.
Pasaron unos cuantos años, su mamá ya estaba viejita y su hija era una señorita que trabajaba y estudiaba.
Estaba pronto a jubilarse. Etapa de la vida en que se siente algo así como dar la vuelta y ganas de hacer un balance.Las personas normales suelen ponerse muy sensibles. En su trabajo había ingresado mucha gente nueva y como es obvio, la mayoría jóvenes. Uno de ellos se le acercó un día y le preguntó si era Gustavo Ordoñez, ante lo que le respondió afirmativamente. Ante lo cual el muchacho le dijo : ¿sabe quien soy?.....soy el hijo de aquellas personas que ud les devolvió la vida por encontrar el dinero ahorrado para comprarse la vivienda.
El, emocionado por supuesto, no supo que decir. Pero el abrazo de este joven fue tan fuerte y afectuoso que lo sacudió hasta los huesos.
lunes, 30 de julio de 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
Hermosa historia Lao, estoy convencida de que la vida siempre te compensa, un abrazo
Un canto a la vida honrada has dejado ras de ti.
Me has elevado a los tiempos en que un qpreton de mano sellaba un compromiso.
Pero como creo en los seres humanos, se que hay muchos Gustavo!s por ahí.
Cariños
Menos mal que en aquel medio de transporte no iba ningún "pato malo" como les decimos en Chile.
Saludos.
Que hermoso, Lao! Verdaderamente te llega al alma. Ese abrazo final... lo sentí. Gracias. Un abrazo para vos.
Saludos :)
Publicar un comentario