Con una caja en una mano y tres de las golosinas que trata este relato, en la otra, ubicadas como si fuesen dedos. Exclamando en voz muy fuerte: "turrones pa los pibes" "turrones pa los pibes".
Cada vez que pasaba con el auto, allí estaba él, proclamando con entusiasmo su oferta de venta, con la misma música y letra..."turrones pa los pibes", "turrones pa...
Tendría unos sesenta años tal vez. Parco en el modo de saludar, y digno en su actitud, como un buen trabajador.
Pocas veces le compré por la circunstancia de que mis hijos, mi esposa, y yo, no acostumbrábamos a consumir esos turrones.Solamente lo hice en un par de ocasiones y se los regalé a algún chico.
Nos identificábamos el uno al otro, ya que nos cruzábamos casi diariamente.
Y así pasaron dieciséis años con sus días y sus rutinas. En alguna oportunidad cruzamos unas palabras, que el movimiento vehicular no nos permitió continuar.
Nuestras miradas se encontraban y nos saludábamos un poco. Pero no nos conocíamos por decirlo de algún modo.
Lo cierto es que, de pronto ya no estaba mas. Y tomé conciencia de su ausencia, tal vez varios dias después. Se había transformado en algo así como parte del paisaje. Como un cuadro que de tanto estar, uno pierde la noción de su presencia e incluso no notamos su ausencia, si es que lo han sacado del lugar.
Me di cuenta de que ese hombre ya no estaba. No sabía su nombre. Y tampoco si estaba enfermo, vivo o muerto.
Quedó en mi interior como una especie de angustia. Una fea sensación. Era solamente uno mas....era un desconocido.
Aun suenan en mis oídos su exclamación cotidiana que repetía tantas veces por día....creo que le tomé afecto, a el y su cantar.... ¡Turrones pa los pibes!