martes, 11 de septiembre de 2012

UNA PEQUEÑA GRAN LECCIÓN

Tenía unos doce años y me deslumbraba por estar parado frente al mar con la caña de pescar. Eso si, desde aquel entonces, pescaba para comer y nada se desperdiciaba, nunca sacaba mas de lo necesario, eso lo tenía muy claro.

Generalmente obtenía borriquetas o roncadores que son como corvinas de unos doscientos gramos mas o menos, y algún que otro pejerrey.

Aprendí muchas cosas de los mismos pescadores solitarios como yo porque  les encanta enseñar sus secretos a los chicos. A limpiarlos por ejemplo, y también a transportarlos colgados como si fuera un racimo, con la misma tanza, que así suele llamarse el hilo de pesca.



Me acuerdo claramente que me gustaba volver  por la playa de regreso hacia donde estaban mis padres y hermanos, caminando entre la gente para que me vieran, sintiéndome orgulloso por lo que para mi, era como una hazaña. Un argentino de campo diría... "agrandado como pan en la leche".
Claro está, la vanidad también la tienen los pibes, pero con eso no le hacía mal a nadie.

Un día había en la playa un viejito que munido de un palo bastante torcido, con una línea muy precaria en la punta. Ante lo cual me reía interiormente creyéndome muy superior porque pensaba que con ese equipo no iba a obtener ningún resultado.
Pero el anciano muy alegre y sonriente se metía en el agua detrás de la rompiente y sin hacer ninguna pirueta colocaba por allí los anzuelos y luego retrocedía unos metros hacia la orilla quedándose a la espera.
Para mi sorpresa observé que no pasaban ni cinco minutos, que atrapaba uno o dos peces por vez. Y así así juntó una buena cantidad en poco tiempo y entonces se iba contento. Repitiendo esa rutina varias de las veces en que yo me encontraba pescando

Aprendí nuevos secretos de ese amable señor, el cual no necesitaba hablar para enseñarme. Pero lo mas importante que recibí es que la Sencillez es la hermana de la Sabiduría.